Ragú de níscalos a mi manera ǂ estilo comfort food

Seguro que más de uno estará tentado de no leer esta entrada porque los níscalos no son santo de su devoción. Si os digo la verdad, yo misma he pertenecido a ese club durante mucho tiempo. En realidad, siempre he disfrutado más cogiéndolos que comiéndolos pero eso ya es cosa del pasado. Ahora he descubierto que me encantan y la culpa la tiene la receta que hoy quiero compartir con vosotros. Quién sabe si a lo mejor os pasa como a mi.

En mis andanzas culinarias he descubierto que, no en pocas ocasiones, el hecho de que algunos alimentos no resulten especialmente apetecibles tiene más que ver con su preparación que con su falta de potencial. Sucede como con las personas. A algunos ingredientes, cuando les das otro toque, parece como si les hubieran pasado el Photoshop. Vamos que no los reconoce ni la madre que los parió.
La verdad es que en esta ocasión tengo que darles las gracias a mis tíos de Ontalvilla (Armando y Josefina) porque sin los níscalos que nos regalaron hace poco, nunca me habría puesto a experimentar y no habría disfrutado de esta experiencia inolvidable. Como sé el cariño con el que mis tíos los recogieron para nosotros pensé que tenía que darles un destino que estuviera a la altura de las circunstancias y a juzgar por los comentarios en la mesa creo que lo he conseguido porque fue de esas veces en las que entre los comensales hubo absoluta unanimidad. Ahora ya sé que el año que viene estaré esperando impaciente la llegada del otoño para saborearlos otra vez.

La verdad es que el ragú aromatizado con vino de Jerez resulta por si solo espectacular pero si además le añadimos unos huevos, patatas fritas y un toque final que luego os desvelaré, el resultado es un plato que si le dáis una oportunidad estoy segura de que os conquistará. ¿Queréis saber cómo prepararlo?

Pollo asado con una salsa de uvas y Pedro Ximénez espectacular

La verdad es que últimamente no hago más que ver racimos de uvas enormes en todas las fruterías y no he podido resistirme a utilizarlas en la preparación de un plato salado aunque tengo que confesaros que el resultado ha superado con creces todas mis expectativas. Si habéis probado alguna vez el pollo con uvas (yo sí) y el resultado no ha sido el que esperábais (digamos que no es santo de mi devoción) tenéis que probar esta receta, espectacular, que nada tiene que ver con la anterior. Incluso aunque no os gusten las uvas, la receta os encantará.

Creo que en más de una ocasión os he hablado de la originalidad con la que los italianos incorporan la fruta en multitud de recetas saladas con un resultado sorprendente. En el blog podéis encontrar algunos ejemplos que merece la pena probar: risotto de pera y queso de cabra o risotto de fresas. Sin embargo, en el caso de las uvas lo normal es añadirlas en los guisos o asados más como guarnición de la carne. La verdad, siempre he pensado que las uvas podían dar más de sí y ahora lo he comprobado. El resultado es uno de los mejores asados de pollo que he comido jamás.


Y ¿cuál es el secreto? Pues un relleno exquisito y una deliciosa salsa elaborada con Pedro Ximénez y zumo de uva natural. Sí, lo habéis adivinado: las uvas no están "de adorno". Al contrario, las he licuado para conseguir una salsa que será vuestra perdición. El resultado os sorprenderá no sólo por su insuperable sabor sino también por los matices totalmente inesperados que descubriréis en cada bocado. Y es que el relleno es un arroz aromatizado con canela y vino lo cual, a pesar de ser una combinación de sabores inusual para un asado, da como resultado en boca una auténtica orgía, uno de esos platos que consiguen cosechar la unanimidad de todos los comensales (sí,sí, también del rarito que a todo le pone pegas). Y qué deciros del conjunto: realmente adictivo. ¿Queréis saber cómo se prepara?

Malloreddus alla campidanese

No sabéis las ganas que tenía de probar por fin los malloreddus. Siempre me ha intrigado esta pasta con una forma un tanto peculiar. No os diré a qué me recordaron la primera vez que los vi (seguro que más de uno lo habrá pensado también) pero sí que no he parado hasta dar con ellos y como el resultado me ha parecido muy interesante y sé que os gustará hoy ponemos rumbo a Cerdeña, esa enigmática isla bañada por las aguas del Mar Tirreno y el Mar Mediterráneo.


Todos sabéis que Italia es el país de la pasta. Cada región tiene sus especialidades. Algunas se diferencian casi exclusivamente en el nombre. Lo que unos llaman fettuccine, en Bolonia, por ejemplo, se conocen como tagliatelle, en Génova como Bavette y en Liguria como Linguine. Lo mismo sucede con los spaguetis, vermicelli, capellini o bigoli. Vamos, lo que viene siendo un lío de padre y muy señor mío. La verdad, siempre me ha parecido sorprendente que el ser humano sea el único animal sobre la faz de la tierra que parece no estar muy interesado en comunicarse con los de su misma especie. Sólo así se entiende que una misma cosa pueda tener diez nombres diferentes en un radio de 90 Km. ¿No es para volverse loco? Así no hay quien se aclare. Incluso en la misma Cerdeña los malloreddus se conocen también como gnochetti sardi (ñoquis sardos) y con algunos otros apelativos provenientes de otros tantos dialectos locales (maccarrones cravaos, maccarrones caidos, etc.) En lo que parece que hay unanimidad es en que los malloreddus (junto con la fregola de la que os hablaré en otra ocasión) son los dos tipos de pasta más populares de Cerdeña. Tradicionalmente se sirven con ragús/salsas a base de carne como ésta deliciosa que os traigo hoy, típica de una de las ocho provincias en la que se divide la isla, la región de Medio-Campidano. Y ¿qué tiene de especial esta receta? Pues un toque muy interesante que le aportan las semillas de hinojo y que hacen que la santísima trinidad de la cocina italiana, la base de casi todos sus sofritos  (la combinación de cebolla, apio y zanahoria) adquiera una dimensión totalmente diferente. ¿Queréis saber cómo prepararla?

Calabacines con pesto de salvia para estrenar nuevo look

Si pensábais que os habíais librado de mi definitivamente tengo que deciros que estábais equivocados. Sí, he vuelto para quedarme (je,je,je) y como os habréis dado cuenta, empiezo una nueva etapa con un cambio de aires así que he renovado el blog para adaptarlo más a mi personalidad, sin perder en absoluto la funcionalidad del diseño anterior, pensando sobre todo en vosotros. Espero que os guste. Por mi parte, sólo puedo decir que en esta nueva casa me siento como pez en el agua. Es como si la luz del Mediterráneo volviera otra vez a inundarlo todo y ya sabéis que eso me encanta. Tenía muchísimas ganas de compartir el nuevo diseño con vosotros. Bueno, no sólo el nuevo diseño sino también un montón de recetas que os he preparado para las próximas semanas.


Una de las cosas de las que más ganas tenía de hablaros es de un sabor que he descubierto en los últimos meses y que me ha parecido fascinante. Se trata de una hierba aromática muy popular en Italia: la salvia. Nunca antes había tenido la oportunidad de probarla fresca hasta esta pasada primavera y tengo que deciros que ha sido un descubrimiento feliz que está dando mucho de sí. Iré compartiendo algunas de esas recetas con vosotros. Empiezo hoy con esta pequeña pincelada. Sé que muchos os resistís a utilizar las hierbas aromáticas en la cocina y menos aún frescas lo cual es una lástima porque, en mi opinión, es una forma maravillosa de aportar, en sólo unos segundos, ese toque de sabor extra que marca la diferencia. Algo así como "la versión moderna" de los cubitos de caldo que tanto han usado nuestras abuelas. Gracias a las hierbas aromáticas, por ejemplo, a menudo bastan un par de ingredientes para conseguir un plato suculento con el mínimo esfuerzo.